sábado, 24 de septiembre de 2011

Crucero Zumaia - Gijón (Ago.2011)





Crucero Agosto 2011
Finales de julio de 2011. El plan.

El Txiripa (Dehler 31) de Patxi y Esther, El Bocal (Oceanis 31) de Julio y Yoli y el Trapaia (First 32) de Enrique (ó sea el mío) teníamos planificado salir de Zumaia el domingo 31 con rumbo oeste. Patxi y Esther tenían todo el mes para navegar sin prisa y les apetecía llegar hasta Gijón. A mí me gustaba la idea de llegar hasta allí pero solo podía navegar hasta el día 15. Julio y Yoli tenían que volver para el día 12 por el compromiso de asistir a una boda, por lo cual quedaba prácticamente descartado que fuesen a llegar hasta Gijón. Por lo tanto navegaríamos en conserva de los tres barcos, hasta que cada uno se fuese descolgando para regresar, de acuerdo con las fechas de sus planes.  

Dada la escasez de puertos, de fácil acceso y con servicios de pantalán, entre Santander y Gijón, se preveía la posibilidad de tener que hacer ese trayecto (unas 90 nm.) de un tirón. Para evitar hacer ese tramo en solitario se me ocurrió recurrir en Internet al foro de “La taberna del puerto” donde localicé a Iñaki, un capitán de yate, de Barcelona, con bastante experiencia en el Mediterráneo, por la costa de levante, islas Baleares e islas griegas, pero con muchas ganas de navegar por el Cantábrico, por su fama de mar brava y por probar eso de navegar con mareas, que evidentemente no se hace en el Mediterráneo.
Para tomar contacto antes de salir de viaje, quedamos el día 29 en Zumaia y allí se vino Iñaki con sus mochilas tras tomar un avión de Barcelona a Bilbao, después un metro a la estación de Atxuri y finalmente un Euskotren a Zumaia. Iñaki en realidad se llama Ignacio y no tiene ninguna ascendencia euskaldún, pero le “bautizó”  así un amigo vasco y se quedó con Iñaki para todos los amigos. Hasta el momento de vernos las caras solo habíamos hablado un poco por teléfono y habíamos cruzado un par de correos electrónicos. Cuando le vi en la estación de Zumaia con sus dos mochilas y un traje de agua al brazo no pude menos que sonreír y le dije: “Eres un aventurero”. A lo que inmediatamente me respondió “El aventurero eres tú que no sabes a quien metes en tu barco”.  Creo que los dos teníamos razón, pero avanzo desde ahora que todo fue muy bien con Iñaki. Sin aventura no hay ventura… 

El día 29 de julio: Zumaia. Toma de contacto con el barco.
Salimos a dar una primera vuelta para que Iñaki se familiarizase con el barco. Luego le pude presentar a Patxi y Esther (que con su barco Txiripa nos acompañarían en la travesía) y fuimos a cenar los cuatro al chiringuito de la playa de Itxurun, donde las puestas de sol son preciosas, por eso de que teníamos a un “turista”, como argumentó Esther, y había que ensañarle las cosas bonitas de nuestra tierra.
Trapaia II en su amarre de Zumaia
  Al día siguiente, sábado, teníamos regata en Donostia de la liga Kutxa y ambos barcos (Txiripa y Trapaia, enconados rivales) íbamos a participar. Ello nos serviría a los dos tripulantes del Trapaia para acoplarnos mejor en la navegación a dúo.

El patrón (yo) preparando el Trapaia para zarpar

Días 30 y 31 de julio: Regata en Donostia,  incidente náutico, regata de traineras.  
En la regata de Donostia el Txiripa nos ganó con una considerable ventaja, a pesar de que nosotros izamos el spinaker para la empopada, cosa que ni se me ocurre hacer en mis acostumbradas navegaciones y regatas en solitario. Pero la falta de entrenamiento es vital en el manejo de esa maldita vela, que tanto me gusta llevar cuando ya está izada y que tantos problemas es capaz de producir en las maniobras de izado, trasluchada y arriado cuando se anda escaso de tripulación. 
Después de la regata, al regreso de Donostia hacia Zumaia, iba yo mostrando las peculiaridades de nuestra costa al “turista Iñaki”, demasiado cerca de la misma y con marea baja. La sonda nos iba marcando entre 10 y 15 metros (El Trapaia tiene un calado de 1,8m) cuando de repente tropezamos con una roca del fondo. Navegábamos a motor a unos 5 nudos. El barco frenó, clavando la proa en el agua, con un golpe brutal. De la punta del palo empezaron a llover trozos de aluminio sobre nuestras cabezas. Luego vimos que se había destrozado (no sabemos cómo) el reflector de radar fijo a un obenque y ese era el aluminio que nos caía, pero en el momento solo era un motivo más de susto y desconcierto. 

Inmediata y afortunadamente el barco escoró a babor y después quedó libre de la roca. Suponemos que el choque no fue sobre una roca vertical y además fue algo sesgado, no perpendicular a la marcha, lo que permitió a la orza resbalar sobre el obstáculo y librarse de él. Pero os juro que durante unos minutos me descompuse.

Empecé a mirar en la sentina por si teníamos vías de agua y no hubo nada. Inmediatamente nos separamos de tierra y pusimos rumbo al puerto ya que estábamos a solo media milla de la bocana de Zumaia. Todo parecía funcionar bien, pero yo me imaginaba la orza de casi dos toneladas de hierro fundido, medio colgando y a punto de desprenderse del casco. Es evidente que eso habría causado probablemente extraños movimientos, ruidos y posiblemente una importante vía de agua, cosas que no ocurrían, pero en esos momentos no sirve de mucho el razonamiento. Después de sentir el golpe casi no puedes creer que no haya pasado nada grave. 

Así que decidimos pedir en Marina Urola turno para sacar el barco del agua el lunes a las 8 de la mañana, dejando condicionado el plan de salida al estado en que viésemos la carena y la orza del barco. Esa noche dormimos en el barco y por la mañana del domingo 31 comprobamos que seguía sin entrar agua por ninguna parte del casco.

Eso nos tranquilizó tanto que decidimos salir (a motor) a la bocana del puerto para ver las regatas de traineras que se celebraban ese día. Después de esa prueba nos quedamos algo más tranquilos, pero por supuesto mantuvimos la idea de sacar el barco del agua por la mañana y verlo por debajo. 
Desde el Trapaia, viendo la regata de traineras en Zumaia, el día anterior al inicio del viaje.
Iñaki, a la caña, viendo las traineras
El lunes día 1 de agosto: Zumaia – Lekeitio. 12 millas. 
A las 8 en punto llevamos el barco al travelift y lo izamos al área de carenados. Pudimos ver lo que había por debajo. A la orza  le faltaba un pedazo en la parte delantera inferior. El golpe había sido afortunadamente muy abajo de la orza. Creo que con 7 u 8 cm más de agua habríamos pasado por encima sin enterarnos de la amenazadora existencia de la roca. En la unión de casco y orza ninguna grieta ni señal de debilitamiento. En la parte inferior de la pala del timón otro rasguño que habrá que reparar rellenando con fibra, pero que de momento no afecta al buen funcionamiento. No se ha torcido el eje y no hay síntomas de mayor daño.

La caricia de una roca. 
Creo que por aquí la llaman “rocaputa”
 ¡Emprenderemos el viaje! ¡No quiero pensar en la faena que habría sido cancelarlo, para el bueno de Iñaki tras haber venido desde Barcelona…! 
Ese día salimos de Zumaia a mediodía, después de comer, con intención de ir a pasar la tarde y dormir en el puerto pesquero de Lekeitio. A 12 millas de Zumaia. En estos puertos no hay pantalanes y se atraca amarrando un barco a los norayes o bolardos del muelle y después abarloando dos o tres barcos más al costado del primero. Hay que echar cabos a tierra muy largos, desde proa y popa de todos lo barcos, para dar margen a las  oscilaciones de marea y evitar que la  batería de barcos abarloados se mueva demasiado con la corriente llenante o vaciante del puerto. Para Iñaki estas maniobras eran una novedad. 


Abarloados en Lekeitio. 
En primer plano bañera de El Bocal. 
Al fondo Esther y Patxi arranchando.
 
Como el mundo de los navegantes es pequeño, cuando apenas habíamos terminado de amarrar los tres barcos a la pared, apareció por allí otro velero, cuyo patrón me llamó por mi nombre y me pidió permiso para abarloarse al mío. Era Gabriel, un viejo conocido, policía municipal  de Pasajes, con el que estuve en una ocasión negociando una posible compraventa de barcos (un intercambio) que no se llevó a efecto. Yo casi no me acordaba de él, pero nos regaló uno de los dos túnidos (listados) que había pescado. Con eso y con un verdel que había pescado alguien de nuestra expedición (creo que Yoli) prepararon Yoli y Esther un marmitako y cenamos todos de maravilla.

Cada día dedicábamos un rato a discutir el itinerario del día siguiente. Yo era partidario de hacer más deprisa el recorrido de ida, llegando cuanto antes al punto más lejano para luego volver con tranquilidad en etapas más cortas. Pero era el único partidario de esa tesis y naturalmente acepté de buen grado la decisión contraria, tomada, como debe ser en democrática asamblea. 
Día 2 de agosto: Lekeitio – Elantxobe. 8 millas.
Continuamos ruta, como en días anteriores con poco viento y buena mar. Tratamos de aprovechar los ratos de ventolina para navegar a vela y hacemos bastante trayecto a motor, que evidentemente no es lo que más nos gusta. Vamos al puerto pesquero de Elantxobe, a 7 u 8 millas de Lekeitio. 
Txiripa llegando y abarloando a El Bocal
Como seguramente conocéis es un encanto de puerto y de pueblo. ¡Pero sus calles tienen una pendiente endiablada! Y nosotros no satisfechos con callejear decidimos subir andando desde el pu  erto hasta lo alto del cabo de Ogoño, para divisar  la playa de Laga, la isla de Izaro, Mundaka, y Urdaibai. Una subidita que valió la pena, pero que a mí me pilló muy desentrenado. La subida la hice muy bien, pero en la bajada las rodillas me dolían cosa mala. A final tenía que bajar sin doblar las piernas, como si las tuviese de palo. En el bar del puerto cenamos algo de picoteo y nos prepararon una tortilla estupenda.
Los tres barcos abarloados al muelle de Elantxobe
Vista nocturna del pueblo desde el puerto



Día 3 de agosto: Travesía Elantxobe – Getxo. 26 millas.
Bordeando la isla de Izaro, el cabo de Matxitxako, visitando de cerca la plataforma gasera de La Gaviota, costeando por San Juan de Gastelugatxe, la playa de Bakio, poniendo motor a la altura de la central nuclear de Lemoniz (afortunadamente inconclusa), aprovechando para comer navegando con relativa tranquilidad,  pasando cerca de Arminza y luego el cabo Villano, la bahía de Plencia y las playas de Sopelana, Larrabasterra, Azkorri y por fin Punta Galea y la entrada al superpuerto de Bilbao y allí al fondo, 3 millas tierra adentro, la dársena deportiva de Getxo con pantalán, corriente eléctrica, agua y unas duchas ¡con agua caliente y todo! (cosa que no habíamos tenido desde Zumaia). Por cierto, a casi todos nos pareció que el edificio de las duchas se movía mucho. Es lo del mareo de tierra…

Día 4 de agosto:   Getxo – Laredo. 22 millas.
Hasta la salida del superpuerto, entre el muelle de Ciérvana, con sus enormes aerogeneradores, y “el cajón” navegamos en ceñida con unos 15 nudos de aparente, bastante bien, aunque “si tenemos que seguir haciendo zigzag hasta Laredo llegaremos pasado mañana”. Al salir del superpuerto el viento baja de intensidad sensiblemente. Los tres barcos tomamos diferentes opciones más o menos alejados de la costa.

El Txiripa con su lencería fina de color rosa.
Antes de pasar por Castro el viento casi desaparece. Ponemos motor a bajas revoluciones y aprovechamos la calma para comer algo. Un poco más tarde, antes de pasar frente a Oriñón, se nos pone el viento de popa y vemos como el Txiripa ha izado el spinaker. Nosotros también lo hacemos e intentamos alcanzarlo, pero solo conseguimos mantener la distancia, hasta que finalmente antes de entrar en Laredo trasluchan y nos dejan atrás. Se están poniendo ¡intratables!.

Laredo: Club Náutico en el puntal con amarres en boyas y botero de servicio 24 horas. Hay un precioso puerto deportivo sin estrenar, en el mismísimo centro de la city, al pie de la Atalaya y del casco viejo. Una preciosidad de puerto que no está utilizable porque hay algún problema entre la administración y la empresa constructora… Así que vamos al náutico del Puntal y allí mismo cenamos muy bien en un chiringo (si es que se puede llamar así) de la playa.

Día 5 de agosto: En laredo.
Dejamos los barcos en sus boyas y tomamos el “Ferry” (o “patera”) que pasa con gente del Puntal de Laredo a Santoña. Santoña es un bonito pueblo para pasear y un excelente sitio para comer, pero esta vez conseguimos comer mal en Santoña, lo que demuestra que somos capaces de hacer cosas difíciles… También hicimos compras en Santoña para la despensa del barco. Por la tarde-noche fuimos al pueblo de Laredo (unos caminando 5Km. y otros en el bus) y, después de subir al mirador de La Atalaya, paseamos el casco viejo y nos comimos algún pincho.

Día 6 de agosto: Travesía Laredo – Santander. 23 millas.
Julio y Yoli, con su barco “El Bocal” habían llegado al ecuador de su travesía que terminaba necesariamente antes del día 12 y decidieron que no nos acompañaban a Santander y que emprendían el retorno. Con algo de tristeza nos despedimos, de barco a barco, cuando largamos las boyas y partimos en distintas direcciones. ¡Agur. Buen viaje y que sea con buen viento!.

Yolanda y Julio en su barco El Bocal
Cuando estamos a unas 5 ó 6 millas de Santander nos avisan Patxi y Esther de que tenemos sitio de amarre en Puerto Chico (en pleno centro de la ciudad). Es casi el doble de caro que el puerto deportivo de Marina Cantábrico que está al fondo de la ría junto al aeropuerto y bastante mal comunicado con la ciudad. Así que a pesar del precio nos alegramos y casi nos alegramos más de que de pronto se nublara el cielo y empezase a soplar un viento fresco fantástico para ir a vela.   

Así que el Trapaia decidió aprovechar la racha hasta el límite del tiempo disponible (aún faltaban un par de horas para que anocheciera). El viento oscilaba del NW al W y aumentaba de fuerza por minutos. Entrando en la bahía, los desventes y roladas eran constantes. La isla de Mouro, la península de la Magdalena, cada islote de la bahía producía un remanso casi sin viento y al salir de su influencia un empujón cada vez más intenso. 

Si hubiéramos tenido que navegar mucho más tiempo hubiera sido necesario tomar rizos, pero como estábamos muy cerca de la bocana de Puerto Chico aguantamos el tipo con toda la vela hasta que enfilando el puerto decidimos arriar y poner el motor, en medio de una enorme jauría desbandada de chalupas, chipironeras, veleros y cabinadas que intentaban entrar todos a la vez y cobijarse en el puerto. No es fácil atracar en un puerto con tan poco espacio entre barcos, sin saber bien donde está el sitio que te han asignado y como te convendrá maniobrar, teniendo en cuenta el fuerte viento… Pero con la ayuda de Patxi y Esther que ya estaban allí y la decisión y la pericia de los tripulantes del Trapaia y en especial la de su patrón que ya no tiene abuela que le alabe, el atraque fue rápido y exitoso. 

El parte meteo para el día siguiente era bastante malo, así que por este y otros motivos quedó decidido que Santander merecía por lo menos uno o dos días de tranquila y descansada estancia. Nos preguntábamos como les habría ido a Julio y Yoli. Si les habría alcanzado el frente o si se habrían librado de él.

Día 7 de agosto:  En Santander.
Patxi y Esther tienen familiares y amistades en Santander y se fueron a pasar el día con ellos. 

Iñaki y yo primero nos pateamos Santander hasta el puerto pesquero buscando tiendas de efectos navales, porque queríamos comprar un reflector de radar y reponer el que se rompió en el incidente de Zumaia. Queríamos ponerlo antes de emprender la singladura hacia Gijón, que incluye inevitablemente una noche de navegación, en que ese adminículo podría resultar útil. Localizamos una tienda pero como era domingo estaba cerrada y desde el escaparate no se veían reflectores de radar, así que nos quedamos con la duda y dijimos “mañana será otro día”. 

Por la tarde tomamos una embarcación que hace el servicio entre pueblos de la bahía y nos fuimos a visitar Pedreña y Somo. Dos lugares en donde yo nunca había estado y por supuesto Iñaki, el catalán,  tampoco. 

Por cierto, a Patxi y Esther les dijeron ese día en la capitanía de Puerto Chico que al día siguiente se tenían que llevar el Txiripa al otro puerto, porque tenían que dejar libre el amarre, ya que su ocupante habitual regresaba de un viaje.

Cuando nos disponíamos a ir, con Patxi y Esther, de potes y pinchos a la  ciudad, me puse ropa “de calle” y salté del barco al pantalán de la manera acostumbrada, sin tener en cuenta que la forma en que estaba amarrado el barco no era la habitual que utilizo en mi amarre fijo de Zumaia. En consecuencia me tropecé con el cabo de spring de popa y me caía de bruces hacia el pantalán entre mi barco y el vecino. Para evitar darme de morros contra el suelo me agarré al cable del guardamancebos con la mano derecha y entonces fui a dar con todo mi peso y de cabeza contra la regala de aluminio y os juro que estaba muy dura. 

Yo enfriando el chichón y ¡Patxi no se...! ¡Ejemm!

Me hice una brechita en la frente, sobre la ceja derecha, que sangraba de manera muy escandalosa y otra sobre el hueso de la nariz que no sangraba tanto, pero ambas dolían mucho. Me apliqué agua oxigenada y un desinfectante caducado del botiquín del barco (Patxi fue a su barco a por otro y resultó que había caducado dos años antes que el nuestro). Luego, siguiendo los consejos de Esther, apliqué  sobre la frente una lata de cerveza fría envuelta en papel cocina para controlar la posible inflamación. 

Me calmó mucho el dolor y aún pude preparar a mis asustados amigos una tortilla de patatas, que se la merecían por tratarme con tanto cariño. Lo cierto es que me tuvieron que ayudar también a preparar la tortilla y a fregar los platos, porque yo empezaba a sangrar en cuanto me quitaba la lata fría de la frente durante más de tres minutos. 

Día 8 de agosto: En Santander.
Nos informan de que en el puerto deportivo Marina Cantábrico, cerca del aeropuerto, hay buenas tiendas de náutica. Seguimos con la preocupación por el reflector de radar. Largamos amarras y nos vamos allá en barco, que estamos hartitos de caminar. 

Nos hicimos el plan de comer en uno de los restaurantes del susodicho puerto, hacer la compra del reflector y ver la manera de colocarlo en el palo. Hacen falta dos personas dando a las manivelas de los winches, para subir a otra al palo sin deslomarse. Patxi y Esther estaban pasando el día con sus amistades santanderinas y al día siguiente, antes de partir hacia Gijón, estaríamos en diferentes puertos. Difícilmente podríamos contar con su ayuda. 

Pero el mundo de la náutica vuelve a mostrarse pequeño. Cuando llegamos a Marina Cantábrico nos indicaron un lugar de atraque temporal y allí en el mismo pantalán estaba Josu, con su barco el Teo Pen, un amigo de Zumaia que después de los saludos y los cambios de impresiones se prestó a subir al palo (o más bien a que lo subiéramos) y pudo colocar el reflector. Josu estaba esperando a su novia para ir también hacia Gijón, pero probablemente haciendo escala en San Vicente de la Barquera. 
Josu nos fotografía desde el palo  
Josu  colocando el reflector de radar

Pusimos el reflector, sacamos unas fotos, charlamos un rato con Josu tomando una cervecita (¡Qué bien funciona el frigorífico del Trapaia!) y nos despedimos de él para volver a Puerto Chico a cenar y a dormir.
Pero antes de cenar, como todavía era de día, nos dio tiempo de salir un poco afuera de la isla de Mouro al norte de la playa del Sardinero, para subir y bajar unas bonitas olas de fondo de unos 3 metros, para que las viese Iñaki y no se fuese de aquí pensando que el cantábrico es como el lago de Bañolas

Días 9 y 10 de agosto: Santander – Gijón. 90 millas.
Por fin el parte de previsión indica mar disminuyendo y viento favorable para ir hacia el oeste. A las 14:15 (12:15 UTC) zarpamos de Santander hacia Gijón. 90 millas que haremos de un tirón. Hubiera estado bien poder hacer escala en Llanes, pero las obras del nuevo puerto deportivo no están terminadas. Llanes está  en la mitad del recorrido y es un pueblo que merece una visita y un buen lugar para descansar, pero no se puede, así que ¡Hasta Gijón sin tregua!. 

Y efectivamente fue casi sin tregua, porque tras unas horas de poco viento se entabló un viento del ENE, con fuerza 3 / 4 que nos permitió sacar el spinaker y navegar muy rápido y muy bien durante bastantes millas. Pero el spi es una vela  mala para manejar de noche con poca gente, así que muy a pesar nuestro, decidimos arriarla con la luz crepuscular y continuar con génova y mayor, lo que nos obligaba a abandonar el rumbo directo y tener que ir en zigzag, haciendo trasluchadas, amurando alternativamente a babor o a estribor. 

El Txiripa que tiene una vela mayor más grande que la del Trapaia, optó por enrollar la génova y navegar solo con la mayor a rumbo directo. Acertó de pleno. Patxi aprendió conmigo, pero ya sabe mucho más que yo. Lo que demuestra que a navegar se aprende sobre todo navegando mucho, lo que hacen Patxi y Esther. 

A nosotros el ir siempre buscando el viento de aleta nos obligaba a hacer bordos alternativos que no se manejaban con la misma comodidad. Había una ola de fondo del NW y una ola de viento NE que se acrecentaba a medida que aumentaban la persistencia y el fetch. Mar cruzada, ola revuelta, no muy alta pero incómoda y además en la noche no las ves… Amurados a estribor se podía navegar con piloto automático durante grandes ratos. Vamos, que podías dejarlo un momento para ir a por una coca-cola o para mear. Pero en el bordo de babor con la ola de fondo por el través y la de viento de popa, el piloto se volvía loco y no podía con la caña. Había que llevarlo a mano todo el tiempo. Una hermosa luna casi llena nos acompañó durante la mitad de la noche.

A eso de las 22:30 Hora oficial, tras 8 horas de travesía teníamos Llanes a unas 9 millas por el través de babor. La mitad del camino. No estaba mal. Hablé por teléfono con mi hermana que está de veraneo en Llanes. Sobre la 1H del ya día 10, le dije a Iñaki que se acostara y me hice cargo de la primera guardia, acordando que le despertaría a las 4 para que hiciera la segunda de 4 a 7, de manera que al menos durmiésemos tres horas cada uno y luego ya descansaríamos en Gijón, donde previsiblemente íbamos a llegar sobre las 8. 

Cada cierto tiempo contactábamos por radio con el Txiripa, para intercambiar posiciones de ambos así como impresiones de viaje, viento y mar, etc. Lo malo es que si llamaban cuando Iñaki estaba durmiendo y yo no podía soltar la caña, era difícil responder con rapidez. En una de las ocasiones antes de que yo me pudiera acercar a la radio ya se había levantado Iñaki de la cama para responder, porque aún no había conseguido dormirse y oyó la llamada 

Iñaki a la caña del timón
Un poco pasadas las 4 y sin que yo tuviera necesidad de llamarle, Iñaki se levantó para tomarme el relevo. Entre el cambio de impresiones, discusión sobre rumbos etc. se pasó casi una hora y yo me acosté sobre las 5. Prácticamente no conseguí dormir nada, pero al menos descansé un buen rato. A eso de las 6:30 miré el reloj una vez más y me dije “para lo que hago aquí mejor será que me levante”. Entonces, tras haber tomando tan firme decisión ¡me dormí!. 

Solo 20 estupendos minutos de sueño y salí a cubierta con las pilas bastante más cargadas. Al menos yo me sentí así, pero cuando a eso de las 8:30 amarramos en el pantalán de acogida de Gijón y fui a la capitanía con la documentación, me di cuenta de que no hilaba bien las palabras con los pensamientos: “Hola, estamos aquí, bueno tengo el barco ahí, o sea… bueno perdona chica casi no he dormido y estoy bastante espeso y no sé bien lo que digo”. 
La chica encantadora y simpática se reía y me decía que no  me preocupe. Y yo por fin pude decir “quisiéramos un amarre para una ó dos noches, es un velero de 32 pies” y a continuación rellenar la ficha y dar los datos del barco del seguro y de la tripu.
Patxi e Iñaki escanciando sidrina con mucho atrevimiento y poco estilo. Yo “no me mojé”.



Después de desayunar, dormir hasta mediodía, comer en los barcos, ducha en capitanía, etc., salimos a patear Gijón y tomar unas sidrinas, con el consabido intento de aprender a escanciar, y cenamos en una taberna las viandas típicas del país. 

Adivínese donde están nuestros barcos

Nos habríamos quedado muy a gusto un par de días más en Gijón si hubiésemos visto alguna predicción de buen viento para días posteriores. Pero no fue así. Iñaki tenía que tomar su avión de vuelta en Bilbao el día 15 y yo también quería estar de regreso más o menos para ese día. Así que después de revisar todos los portales meteorológicos de internet que conocemos, decidimos que lo mejor era emprender el regreso al día siguiente.

Día 11 y 12 de agosto: Travesía Gijón – Laredo – Castro - Getxo. 128 millas.
Tras haber dormido mucho y bien, haber hecho las compras necesarias para llenar la despensa del barco, habernos dado una ducha y despedirnos de Patxi y Esther, que de momento se quedan en Gijón y después volverán más despacio (tienen tiempo hasta final de mes), zarpamos hacia Santander a eso de las 14:30 Hora oficial. Muy poco viento al principio y nada de viento después. La mar lisa y llana.

¡Barco a la vista! A la salida del puerto de Gijón
Una preciosidad


No ir a vela es aburrido y el ruido del motor no nos gusta a los veleristas, pero sin embargo es relajado, el piloto automático trabaja estupendamente y hasta se puede cocinar, comer, cenar y desayunar como es debido. Mientras no estás de guardia duermes y por la mañana estás suficientemente descansado como para poder hablar con cierta coherencia… Durante la guardia intenté identificar luces de barcos y diferentes balizas. Los faros se identifican bien. Las balizas son rarísimas y en mi “chuleta” de boyas no encuentro su significado, así que me limito a darles resguardo de sobra y pasando. Las luces de los barcos son imposibles de identificar, especialmente los pesqueros que llevan tantas luces que no se sabe si se trata de un barco o de un ovni.

Como digo estábamos bastante frescos cuando teníamos Santander a la vista sobre las 8 de la mañana y decidimos no entrar. Calculando el gasoil que llevábamos y añadiendo un bidón de 10 litros que llevábamos de reserva pensamos que teníamos de sobra para llegar hasta Laredo y tal vez hasta Castro. No nos equivocamos y llegamos a Laredo sobre las 12:30 del día 12. En Laredo entramos hasta el Club Náutico del Puntal solo para repostar y continuamos hasta Castro donde atracamos a eso de las 15h, amarrando a los bolardos del muelle. Estuvimos en Castro unas horas para comer y pasear un poco. A eso de las 18h zarpamos de nuevo para llegar a Getxo y pudimos hacerlo casi todo el tiempo a vela, navegando de ceñida y muy despacio, pero es que nos moríamos de ganas de navegar sin ruido de motor. Esta vez pudimos comprobar que el edificio de las duchas en el Puerto Deportivo de Getxo no se movía… pero la escasa presión del agua sigue siendo una deficiencia notable. Las del Marítimo del Abra son muchísimo mejores.

Día 13 de agosto: Getxo, Algorta y ría de Bilbao.
Por la mañana, antes de comer Iñaki y yo nos damos un paseo andando por el puerto viejo de Algorta, que está en plenas fiestas, lo que hasta cierto punto nos permite captar el folclore lugareño, pero nos dificulta un poco el apreciar bien el entorno arquitectónico y urbanístico tan primorosamente conservado. También subimos hasta el parque de Usategui para tener una bonita panorámica del puerto y de nuevo en Algorta nos comimos unas “gildas” con un Txakoli vizcaíno. 

Por la tarde tomamos el barco y ascendimos por la ría de Bilbao hasta el límite que nos impone el puente de Euskalduna. El palo del barco es más alto que el vano del puente, y eso a mitad de marea. 


Bajo el puente Euskalduna hay un pantalán. Amarramos y preguntamos si se necesita algún permiso o hay que efectuar algún pago. Parece ser que es de cortesía y que se puede usar por unas horas. ¡Genial!. Salimos del barco y nos metimos en el museo marítimo que está enfrente. Visitamos detenidamente el museo durante una hora hasta que nos apremiaron porque se acercaba la hora de cerrar…

Nos fuimos de paseo por la margen izquierda de la ría pasando por el palacio Euskalduna, el Guggenheim, los puentes y pasarelas, etc. hasta llegar al Arenal, Arriaga y el casco viejo. Es decir, recorrimos la parte más notoriamente renovada del Bilbao precioso e irreconocible, que no se parece en nada al recuerdo gris, contaminado, decadente y deprimente que conocí en mi juventud. A eso de las 22:30 tomamos el tranvía junto al puente de la Merced y regresamos al barco. 

A las 23h en la ría de Bilbao, bajo el puente Euskalduna

Entonces vino lo mejor del día. El descenso nocturno de la ría, deslizándonos suavemente como por un pasillo de agua tranquila y oscura, balizado a ambas bandas por un sin número de farolas, focos, luces y lucecitas, que parecen querer  competir, sin conseguirlo, con una luna llena, pletórica y orgullosa que parece querer ayudarnos a identificar otros planos más  profundos de un decorado nocturno extraordinario, con algo de fantasmal y de nostálgico. Las Grúas en los muelles y en los astilleros parecen monstruos de ciencia ficción iluminados desde abajo por las luces y desde arriba por la luna. 

No podemos perder de vista la sonda porque estamos en hora de la bajamar, pero no hay problemas. Cuidando de buscar el centro del canal o las zonas dragadas de los astilleros, en ningún momento tuvimos menos de 3,5 metros de calado. Y así volvimos a pasar bajo el puente colgante de Portugalete y salimos al Abra y al puerto deportivo de Getxo.

Día 14 de agosto: Despedida y a Zumaia.
A eso de las 13h acompañé a Iñaki con sus mochilas hasta la estación del metro de Gobelas. El tenía que pasar la tarde y noche en Bilbao, porque no había otra manera de que pudiera estar a las 6 de la mañana en el aeropuerto para tomar su vuelo hacia Barcelona. 

Yo después volví al barco, largué amarras a eso de las 15h y con un poco de tristeza, porque te acostumbras a ir con compañía y la echas de menos, pasé Punta Galea, puse rumbo a Cabo Villano y después a la plataforma de la Gaviota, a motor, con el viento totalmente de proa y pensando que si seguía subiendo a motor hasta La Gaviota y el viento continuaba fuerte del NE, tendría desde allí rumbo de ceñida para ir a Zumaia a vela, quizá no a rumbo directo pero sí dando un par de bordos a cada banda. ¡Cuando llegué a La gaviota el viento se fue de vacaciones! En consecuencia tuve que continuar a motor hasta llegar a las 23:03 a la bocana de Zumaia. 

Epílogo:
Julio y Yoli llegaron bien y a tiempo de asistir a la boda. Patxi y Esther continuaron navegando pausadamente de regreso, haciendo escalas de nuevo en todos los puertos de la ida (más el de Tazones) y regresaron a  Zumaia para el día 22. 

A finales de agosto volví a sacar del agua el Trapaia para arreglar el desperfecto de la orza con masilla epoxi, imprimación y antifouling. Aproveché para hacer pequeñas reparaciones de poros en la pala del timón, cambiar anodos, cambiar el casquillo del eje de hélice en el arbotante y dar de nuevo antifouling a toda la obra viva. Ya está otra vez como nuevo. 
Orza perfilada, con imprimación y a falta de antifouling

Orza Terminada

Esta es la pequeña historia de la travesía, vista y vivida desde el Trapaia. A unos nos servirá de recordatorio. A otros, que conocen el tema de la vela, les hará rememorar sus propias experiencias. A quienes no saben de esto pero tienen curiosidad, les servirá para hacerse una idea de cómo va el tema. Los que ni saben del tema ni tienen curiosidad sencillamente se lo perderán.

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